Los cuernos a la IA

Verás.

Conozco a un tipo de mi pueblo —vamos a llamarlo Fran— que se divorció porque se creía tan listo como para andar engañando a su mujer —vamos a llamarla Rosa— con quien le apeteciera. Un Piqué de la vida, versión extremeña.

Un viernes cualquiera, Rosa llenó el congelador de tápers, hizo la declaración trimestral de los impuestos de la empresa de Fran, planchó las cinco camisas que el tipo usaría la semana siguiente y se largó de aquella casa para no volver nunca.

Y es que Fran, además de infiel, era —y sigue siendo— un inútil.

Trató de hacerse el duro y el valiente. Pero lo cierto es que en un par de semanas su casa olía raro, en tres meses todos los clientes estaban cabreados y en poco más de un año tuvo que cerrar la empresa, arruinado.

Todo esto, ¿por qué? Por infiel, sí; pero sobre todo por dejado y perezoso. Rosa era tan eficaz que él se acomodó en el más absoluto pasotismo.

Él creía que aquella buena mujer engañada estaría siempre a su lado, resolviéndole la papeleta. Como en los viejos tiempos. Pero no. Se equivocaba. Y pagó las consecuencias.

Hoy todos creemos tener una Rosa cerca: la IA.

Y es innegable que algunas cosas las hace muy bien y muy rápido.

Pero, no te confundas: hablando en público o conversando cara a cara con alguien, la IA no va a servirte de absolutamente nada.

No va a hablar por ti. ¿Vas a leer palabra por palabra ese texto de mierda que te ha hecho ChatGPT?

No va a posicionar tu cuerpo. ¿Dónde vas a poner las manos? ¿A quién vas a mirar?

No va a quitarte los nervios. ¿Y si pasa algo durante tu presentación o te caes en el escenario?

En fin. Si quieres aprender a ser un buen comunicador, la IA no es ni siquiera una ayuda. Los cuatro consejos gastados que puede darte no van a servirte de nada.

No seas Fran.

Dani HABLONAUTA